Llevamos mucho tiempo en un camino equivocado. Un camino de ensalzamiento personal donde el rendimiento económico se ha puesto por delante de cualquier otro objetivo. Sí, también en lo que atañe al estudio del patrimonio histórico-artístico y arqueológico, con el que a menudo se nos llena la boca. Es así comprensible que hasta a los profesionales que nos dedicamos a ello se nos hayan olvidado, en muchos casos, las verdaderas razones que nos llevaron a comenzar este trabajo. Es así comprensible que no sepamos cómo reivindicar una mejor consideración profesional pues no sabemos explicar satisfactoriamente para qué carajos sirve lo que hacemos.
El patrimonio se mide al peso. El peso en euros, claro. |
En muchos casos parece leerse en los ojos de los historiadores: "trabajo en esto porque es lo que sé hacer pero no se lo recomendaría a nadie: se cobra tarde y mal". Ese es nuestro mayor miedo. Cobrar poco mientras a nuestro alrededor vemos gente que cobra más que nosotros, porque nos hemos subido a un carro en el que todo se mide en función del rendimiento económico. Sólo es justificable aquello que sea rentable económicamente a corto plazo.
En la última década se ha producido la escalada de dos comportamientos distintos (y entiéndase que existen muchas excepciones). En un extremo los profesionales del patrimonio que ejercen su trabajo en empresas privadas y que se han visto envueltos en una espiral de trabajo deshumanizado a marchas forzadas bajo la bota de la burbuja inmobiliaria. Mucho trabajo. Mucho dinero. Pero todo ello inútil y vacío, olvidado e inservible. En el otro extremo se alzan los investigadores de universidad, frecuentemente alejados de la calle y carentes de una visión real de aquello que están estudiando. Su objetivo: realizar investigaciones superespecializadas e inéditas que les otorguen más puntos para ascender hacia la cátedra o, simplemente, poder mantener su puesto.
Este ambiente ha estado propiciado y protagonizado principalmente por una cosa: el miedo. El miedo a perder tu trabajo, el miedo a cobrar menos, el miedo a no obtener un reconocimiento profesional, el miedo a ser mirado por encima del hombro, el miedo a ser tomado por un tonto si no se entra en la dinámica social imperante como hace todo el mundo. Esto nos ha llevado a realizar intervenciones pensadas única y exclusivamente para que el político de turno corte la cinta y sea loado y alabado como protector de la Historia; a llevar a cabo excavaciones con el único fin de realizarlas y ganar dinero, olvidando cualquier tipo de resultado porque no hay tiempo; a construir artículos y estudios a la carta con el único fin de engrosar el currículum y a otra cosa, mariposa. En definitiva, hemos conseguido deshumanizar las humanidades.
Un niño aprendiendo en qué consiste una excavación. |
Reivindico el derecho a un salario justo para todos los trabajadores, por supuesto, también para aquellos que nos dedicamos al patrimonio, pero también pido que justifiquemos nuestro trabajo. Y esa justificación, si queremos vivir mejor y salir de esta espiral en la que se encuentra sumida la sociedad debe superar la índole económica.
El patrimonio es algo vivo que va mucho más allá del turismo. Éste último está enfocado a la gente de fuera -de otra ciudad, provincia, país...- mientras que el patrimonio es, fundamentalmente, algo que pertenece a la sociedad que lo rodea. Nuestra principal obligación no debe ser hacer intervenciones pensando en si van a ser disfrutadas por dos o doscientos millones de turistas. Debe ser, principalmente, el realizar trabajos en colaboración con la gente de un territorio para que ésta comprenda mejor su patrimonio, lo aprecie y valore como parte de sí misma, de su espíritu y su esencia.
A los historiadores se nos llena la boca con el contexto histórico y se nos olvida lo más importante: el patrimonio que estudiamos es a su vez una parte decisiva del contexto humano de la sociedad actual. Entiéndase patrimonio como las pervivencias -no me gusta hablar de restos- materiales y inmateriales de nuestro pasado. Las reconstrucciones y recreaciones, ya sean virtuales o reales, son una herramienta fundamental para acercar a la sociedad al pasado pero ¿qué estamos haciendo para acercar el patrimonio al presente?
Si comenzáramos a trabajar más para las personas y no tanto para los bolsillos nos sería terriblemente fácil justificar la necesidad de nuestro trabajo. Es más, no nos haría falta justificar nada, la sociedad lo reivindicaría. Es por eso necesario comenzar a trabajar con y para la gente, mostrar los resultados de nuestro trabajo, bajar a las calles, a las plazas, a los colegios, a las residencias de ancianos, a los centros de trabajo. El patrimonio es algo fundamentalmente humano y carece de sentido intentar justificarlo de forma sencillamente económica. No resulta extraño que actualmente la gente nos pregunte "pero eso que haces, ¿para qué sirve?" o "¿quién te va a pagar por eso?". Clara señal de que estamos rompiendo los lazos con la sociedad que nos justifica. Si seguimos por este camino es comprensible la decadencia de nuestra profesión porque habrá dejado de tener sentido. Pero el patrimonio no será nunca abandonado por la gente. La arqueología, a la historia y la historia del arte serán sustituidas por la superstición y el fetichismo porque la gente tiene necesidad de explicar de dónde viene y por qué es así el lugar en el que vive. En muchos casos, eso sí, se valorará de forma desigual o sesgada y se perderá gran parte del mismo en el vertiginoso caos de la actualidad.
En nuestras manos está enriquecer o empobrecer la vida de nuestra sociedad estableciendo relaciones reales entre nuestro presente y nuestro pasado y decidir de una vez por todas que nuestra razón para trabajar no sea únicamente el tener que comer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario