"Hace muchos años había un Museo en el centro de la capital del Reino. El Museo solía incorporar novedades tecnológicas para explicar sus salas y la gente estaba encantada. Poco a poco, sin embargo, dejó de introducir esas tecnologías para enriquecer el contenido, para hacer que éste llegara mejor a la gente, y lo comenzó a hacer únicamente por su espectacularidad. La gente, poco a poco, se fue sintiendo alejada. Las tecnologías más modernas salían de la fábrica y el primer sitio al que entraban era al Museo. No se podía abrir el Museo si no se había incorporado ya lo último de lo último. La gente había dejado de entender el Museo pero seguía acudiendo porque tenía la esperanza de aprender algo nuevo algún día y, al fin y al cabo, podía ver las piezas.
Un día una nueva empresa le presentó al Museo la última de las tecnologías: un fantástico sistema de realidad aumentada, inalámbrico y que no necesitaba del uso de ningún dispositivo, que permitía mostrar todos los objetos como nunca antes se habían visto. Era algo increíble, avalado por miles de expertos. Sólo tenía un problema: la gente que no llegaba a cierto nivel de CI no podría apreciar la explosión sensorial que prometía esta nueva tecnología. El Director del Museo no lo dudó: se implantaría sin demora este nuevo sistema.
El día de la inauguración, el Director se sorprendió al comprobar que no veía ninguna de las piezas que antes estaban expuestas en el Museo. Resultaba extraño: allí estaban las vitrinas, los soportes y cartelas, pero las piezas resultaban imperceptibles. El Director pensó que no debía ser lo suficientemente inteligente y que, por eso, no las veía. La gente comenzó a entrar al Museo y cuando pasaba al lado del Director alababa aquella nueva tecnología pese a que ninguno lograba ver las piezas. "No soy lo suficientemente inteligente", pensaba cada uno para sí mismo.
Finalmente, un niño dijo: "Mamá, en este Museo no hay ninguna pieza". Y todos se dieron cuenta, entonces, de lo ciegos que habían estado: aquella nueva tecnología había desnudado de piezas el Museo, las había retirado y eliminado por completo. El Director se puso muy rojo, avergonzado de que aquella escalada tecnológica le hubiera llevado a olvidarse, por completo, de las piezas, de lo que algún día quiso enseñar en el Museo."
Mis compañeros de disciplina me van a acabar odiando por este tipo de entradas. Lo sé. Sin embargo, creo que esta pequeña interpretación del cuento de Hans Christian Andersen nos puede ayudar a entender algo fundamental para la correcta aplicación de la tecnología en la museografía actual: el contenido, las piezas, aquello que queremos transmitir y enseñar va siempre por delante de las tecnologías que usemos para hacerlo. Veo con demasiada frecuencia alabanzas acríticas al uso de la tecnología en los museos, explosiones de emoción que parecen indicar que todos los problemas museográficos se van a solucionar aplicando la última de las tecnologías. No es así, de ningún modo.
El uso de la tecnología en los museos es altamente recomendable y puede mejorar mucho la relación entre el contenido del mismo y sus visitantes. Para ello, sin embargo, debemos preguntarnos primero: ¿Qué queremos transmitir? y segundo: ¿Cual es la herramienta más adecuada para ello? La evolución de la tecnología en los últimos años hace que el número de herramientas para la transmisión de conocimiento en los museos se haya visto aumentado exponencialmente pero, para hacer efectivo su uso es necesario tener en cuenta dos cosas: uno, debemos conocer estas tecnologías y sus posibilidades y, dos, nunca tenemos que descartar el uso de una técnica tradicional (ilustraciones, textos, etc.) por el mero hecho de no ser lo más puntero.
Un buen uso de estas nuevas tecnologías -y, corregidme si no es así, que no he podido verla en persona- se encuentra en la reciente exposición del British Museum en la que se pueden explorar por dentro una serie de momias egipcias. En estos casos la gente se olvida que que tiene tecnología de última generación entre sus manos porque lo ocupa todo la conversación con las piezas. Eso es lo importante. La informática, el 3D, la interactividad... se convierte en un lenguaje. El visitante no piensa en él mientras lo usa. Simplemente lo disfruta.
Uno de los paneles interactivos dispuestos en la nueva exposición del British Museum. |
Hoy mismo he leído un artículo bastante bueno de EVE Museología, titulado "Museos e Interactividad", en el que se alaban con razón muchas de las nuevas tecnologías y sus posibilidades aplicadas a distintos museos pero se olvida la autocrítica. Se hacen en este artículo una serie de preguntas retóricas ante la reticencia de muchos museos a actualizar sus sistemas tecnológicos: "¿Tendrán miedo a lo desconocido por qué para ellos es verdaderamente un mundo desconocido? ¿Será que no tienen ni idea de lo que estamos hablando? ¿Será que su ignorancia sobre el tema está afectando a los visitantes que esperan mucho más de un museo?". Yo creo que no es ninguna de estas cosas. Los museos tienen miedo a incorporar novedades tecnológicas porque en muchas ocasiones ya les han fallado y no les han dado los resultados que esperaban. Se han encontrado con tecnologías muy caras, que no han resultado excesivamente atractivas, con las que no saben bien si la gente ha aprendido mucho o si sólo las ha usado como pequeña curiosidad y que, finalmente, han quedado totalmente obsoletas.
Un ejemplo de ello son unos fantásticos paneles interactivos con unos magníficos proyectores en 3D que se encuentran en el Museo de San Isidro (Madrid) y que fueron un completo desastre, según nos contó en persona el director del mismo, quedando obsoletos pocos meses después de su instalación. ¿Quién tiene la culpa de esto? ¿La tecnología? No, de ningún modo. La tienen, por un lado, aquellos que se empeñan en aplicar las tecnologías a la museografía con el único pretexto de que son lo más moderno que hay en el mercado y que por lo tanto van a gustar a la gente y, por otro, nosotros mismos como virtualizadores del patrimonio, que no hemos sabido o no hemos tenido la oportunidad de indicar cual es el camino correcto para realizar este tipo de intervenciones.
Los famosos paneles interactivos y proyectores en 3D del Museo de San Isidro. |
La aplicación indiscriminada de las nuevas tecnologías a los museos no garantiza de ningún modo su éxito como centro de transmisión social de un conocimiento determinado. Su aplicación inteligente, en cambio, puede ayudar muchísimo en esta función didáctica y social. Es en esto en lo que tenemos que trabajar más actualmente, en mi opinión. Ya no es tan importante saber cual es la última de las tecnologías y qué museo nos va a dejar instalarla antes sino cómo conseguir que éstas (tanto la última como la primera de las tecnologías) se conviertan en herramientas válidas para aumentar la función educativa, divulgativa y social de nuestros museos.
Acabo con unas reflexiones de Mikel Asensio y Elena Asenjo en su libro "Lazos de Luz Azul. Museos y Tecnologías 1, 2 y 3.0":
"A la tecnología conviene mirarla de soslayo, como si viniera vestida con gabardina y sombrero oscuros, porque siempre se presenta con nombre falso, el cuello subido y haciendo demasiado ruido para las calles solitarias y nocturnas. [Sin que esto nos oculte, sin embargo, que ella misma ha provocado] un aumento de la implicación con el patrimonio, no sólo de los usuarios individuales sino de comunidades virtuales al completo, y una mayor democratización de los bienes culturales." (pp. 18 y 21)
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